En la guerra, un tajo separa el
mal del bien, a los que te pueden matar de los que te pueden ayudar a sobrevivir.
Una guerra es una putada para un corresponsal, un boleto premiado hacia la muerte, pero
la propia lógica siniestra del conflicto le convierte en necesario, le confiere estatus de protegido. En una "guerra sorda", es decir, una guerra no
declarada, donde la bala inexplicable y la traición inesperada son parte de la
rutina diaria, el corresponsal es un elemento extraño, un indeseable, un blanco
fácil.
No lo digo yo, que ni soy reportero
ni casi periodista, sino Albert Arce, que en Novato en nota roja (Libros del K.O., 2015) exorciza los más de dos
años, de 2012 a mediados de 2014, que trabajó como corresponsal extranjero –el único
corresponsal extranjero– en Honduras. El país centroamericano y su capital,
Tegucigalpa, son de los lugares más peligrosos del planeta. Las estadísticas primero:
7100 asesinatos solo en 2012. Una tasa de homicidios que en algunas ciudades, como
San Pedro Sula, supera las de Bagdad o Kabul. Solo que sin focos ni crónicas a
pie de tanque. Y sobre esta ausencia de heroísmo, dentro de aquel lento drenaje
de muerte cotidiana, escribió sus crónicas Alberto Arce.
Para que os hagáis una idea, en Novato en nota roja no hay chalecos
antibalas ni grandes operaciones militares. Tampoco coches bomba ni
negociaciones de paz. Hay pandilleros adolescentes desollados, taxistas con las
vísceras esparcidas sobre la tapicería del coche, policías corruptos, políticos
todavía más corruptos que los policías y periodistas melifluos que prefieren no hacer preguntas.
Un ecosistema cotidiano que es una "enorme fosa común que nunca se cierra",
como la describe Arce. Un entramado de corrupción, lealtades tóxicas y
encubrimiento que conforman los ingredientes básicos del sistema.
Y si esos son los ingredientes,
el narcotráfico es el cocinero que los lleva a ebullición. La historia por conocida
no es menos triste. Allá donde el Estado es débil, "el narcotráfico actúa como
una multinacional y una dinamo". Da trabajo y genera violencia. Y de paso
corrompe todo lo que toca. Desde las instituciones hasta la convivencia.
Alberto Arce, freelance antes que flamante asalariado de Associated Press, disecciona
todo aquello entre el cabreo y el espanto. Hay un poso de derrota en sus
relatos (que siguen una lógica: de la lupa al telescopio: de las pequeñas
muertes anónimas a las grandes contradicciones) que no procede del choque cultural, sino de la
imposibilidad de sostener un imperativo moral.
Moral, ojo, que no moralista. Arce, y es una
de las bondades del libro, se limita –podría parecer poca cosa, pero no– a dar cuenta del drama. Su propia
desolación enseña la patita a veces en algún suceso particularmente horrendo, aunque por lo general se limita a hacer, bien, su trabajo. Y aquí se esconde lo bárbaro. Ese
trabajo le pudo llevar directo a la muerte de la forma más ridícula o por la vía más
inexplicable. Ante eso, Arce hizo dos cosas, expuestas con rigor en el libro: contar Honduras
(era su trabajo) y contar los días (que le quedaban para marcharse).
Y diréis, con razón, ¿hay algo malo en el libro? Pues creo que no. El estilo, el tono, el mensaje... Todo es perfectamente diáfano y nada parece impostado (quien vaya buscando batallitas comanches que no lo lea). Yo he echado de menos, eso sí, una mayor continuidad de las historias personales que se narran, sobre todo, en la primera parte. El libro avanza hacia la abstracción, hacia la alta política o la alta corrupción –hacia el contexto, en suma–, pero el lector añora más de esas primeras páginas de sangre seca del comienzo.
Y diréis, con razón, ¿hay algo malo en el libro? Pues creo que no. El estilo, el tono, el mensaje... Todo es perfectamente diáfano y nada parece impostado (quien vaya buscando batallitas comanches que no lo lea). Yo he echado de menos, eso sí, una mayor continuidad de las historias personales que se narran, sobre todo, en la primera parte. El libro avanza hacia la abstracción, hacia la alta política o la alta corrupción –hacia el contexto, en suma–, pero el lector añora más de esas primeras páginas de sangre seca del comienzo.
Por cierto, que Novato en nota roja viene con un
prologuito sabroso de Manuel Jabois, asiduo a la editorial, y unos dibujos espantosamente tristes de
Germán Andino. Pese al tono derrotista predominante, Alberto
Arce fue premiado con merecimiento en EE UU por sus crónicas hondureñas. Mientras lo leía me venían pasajes de Informe sobre la ciudad sitiada, el poema del gran Zbigniew Herbert que da el tono: "Y
si cae la Ciudad y uno solo sobrevive / él portará consigo la Ciudad por los
caminos del exilio / él será la Ciudad".
Título: Novato en nota roja. Corresponsal en Tegucigalpa
Autor: Alberto Arce
Editorial: Libros del K.O.
Año de edición: 2015
Tipo de edición: papel
PVP: 15,90 €
Nacho Segurado
Sígueme en Twitter @nemosegu
Sigue a Best Seller Español en Twitter y Facebook.
Título: Novato en nota roja. Corresponsal en Tegucigalpa
Autor: Alberto Arce
Editorial: Libros del K.O.
Año de edición: 2015
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