Sobre el escritorio del luminoso
despacho de su casa de Madrid extiende un mapa del norte de África: "Aquí te pueden matar solo por
un vaso de agua". Cierra el mapa y comienza una larga explicación, trufada de
capítulos de su existencia nómada, sobre la máxima preocupación hoy, a sus 78
años: el hambre en el Sahel y cómo desarrollar medios para combatirlo.
Alberto Vázquez Figueroa nos recibió el
sábado pasado en su casa de Madrid, con la excusa de la publicación de su
último libro, para entretenernos con sus anécdotas y sensibilizarnos con sus
obsesiones. El autor de Ébano ya no
es el joven estilizado y atractivo de las fotografías en blanco y negro que
decoran su gabinete, pero sus ojos azules conservan el brillo perenne de la aventura,
la pasión por la vida, las mujeres y los inventos.
Para los que hayáis leído algunas
de sus obras —más de 70 libros, "la mayoría malísimos", nos escandaliza con modestia de grafómano— sabréis que el desierto y sus tribus nómadas son dos
de sus grandes preocupaciones. Ahora, en la vejez saludable y tras el fracaso de su episodio
con las desaladoras, ha vuelto la vista
y la mente hacia las tierras desoladas de su infancia y juventud. Una plancha
de hierro colado con un agujerito al final, esa es la solución. Tal cual.
Y esa solución, nos dice sacando del
cajón de la mesa una bandejita de plástico e improvisando una masilla con un
trozo de cruasán, sería algo como esto, pero de hierro, de un negro casi absoluto,
que se caliente pronto y mucho y que no necesite otro combustible que la energía de los rayos del sol.
Por la seguridad de su explicación estamos seguros de que no somos los primeros
en recibirla. "Mi obligación es perder el tiempo pensando estas gillipolleces", comenta entre risas.
Pero está su nuevo libro, gráficamente
titulado Hambre (Ediciones B), que la
chica de la editorial, presente intermitentemente en la charla quiere, claro,
que se venda y que nosotros promocionemos. La sensación es que los libros de
Vázquez Figueroa se venden solos, así que no parece muy preocupado por
contarnos cosas de él. Es más, cuando ella abandona el despacho aprovecha para
confesarnos, con sonrisa de viejo pillo, "que el libro me da igual, que lo que
quiero es hacer realidad este proyecto".
No somos Sergio y yo los únicos presentes en
el despacho, sino que hay más invitados. Gente del mundillo de la
crítica de libros y la promoción editorial. Todos entusiasmados con las historias de
elefantes y romances imposibles que nos cuenta. Todos más o menos seguros de que el autor,
que es una institución de la cultura popular, una reliquia viviente de cuando
en España un escritor vendía millones y millones de libros, no quiere vendernos
su obra, sino que compremos su idea y que la difundamos por eso tan extraño
que son internet y las redes sociales, que él, apegado a una vida de recuerdos
analógicos no logra comprender.
Vázquez Figueroa busca apoyos
para su invento, sencillo, barato y eficaz, nos cuenta. Él, que tan bien conoce los rudimentos
de la alimentación básica, está convencido de poder solucionar algunas de
las contradicciones que la ayuda internacional a los países hambrientos todavía
no ha sabido atajar. En el desierto no hay agua, apenas combustibles, y sus
habitantes tienen que aprender a cocinar sin ellos: no vale
pues darles arroz a paletadas. En fin, que nuestro autor quiere soluciones tangibles
y no historias de papel, aunque estas últimas le hayan dado justa fama y hayan
sido sus más fieles compañeras.
Pd1: Pronto, aún así, os traeremos una
reseña de su libro... arriesgándonos a que él nos riña.
Pd2: Y para que nos riña menos aquí os dejamos el pequeño dossier que explica su proyecto
Pd2: Y para que nos riña menos aquí os dejamos el pequeño dossier que explica su proyecto
Pd3: El texto es mío, y las fotos, muy buenas como veréis, de nuestro amigo Sergio.
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