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lunes, 1 de diciembre de 2014

Una mañana de sábado con Alberto Vázquez Figueroa: "En el norte de África te pueden matar por un vaso de agua"



Sobre el escritorio del luminoso despacho de su casa de Madrid extiende un mapa del norte de África: "Aquí te pueden matar solo por un vaso de agua". Cierra el mapa y comienza una larga explicación, trufada de capítulos de su existencia nómada, sobre la máxima preocupación hoy, a sus 78 años: el hambre en el Sahel y cómo desarrollar medios para combatirlo.

Alberto Vázquez Figueroa nos recibió el sábado pasado en su casa de Madrid, con la excusa de la publicación de su último libro, para entretenernos con sus anécdotas y sensibilizarnos con sus obsesiones. El autor de Ébano ya no es el joven estilizado y atractivo de las fotografías en blanco y negro que decoran su gabinete, pero sus ojos azules conservan el brillo perenne de la aventura, la pasión por la vida, las mujeres y los inventos. 

Para los que hayáis leído algunas de sus obras —más de 70 libros, "la mayoría malísimos", nos escandaliza con modestia de grafómano—  sabréis que el desierto y sus tribus nómadas son dos de sus grandes preocupaciones. Ahora, en la vejez saludable y tras el fracaso de su episodio con las desaladoras,  ha vuelto la vista y la mente hacia las tierras desoladas de su infancia y juventud. Una plancha de hierro colado con un agujerito al final, esa es la solución. Tal cual.

Y esa solución, nos dice sacando del cajón de la mesa una bandejita de plástico e improvisando una masilla con un trozo de cruasán, sería algo como esto, pero de hierro, de un negro casi absoluto, que se caliente pronto y mucho y que no necesite otro combustible que la energía de los rayos del sol. Por la seguridad de su explicación estamos seguros de que no somos los primeros en recibirla. "Mi obligación es perder el tiempo pensando estas gillipolleces", comenta entre risas. 


Pero está su nuevo libro, gráficamente titulado Hambre (Ediciones B), que la chica de la editorial, presente intermitentemente en la charla quiere, claro, que se venda y que nosotros promocionemos. La sensación es que los libros de Vázquez Figueroa se venden solos, así que no parece muy preocupado por contarnos cosas de él. Es más, cuando ella abandona el despacho aprovecha para confesarnos, con sonrisa de viejo pillo, "que el libro me da igual, que lo que quiero es hacer realidad este proyecto". 

No somos Sergio y yo los únicos presentes en el despacho, sino que hay más invitados. Gente del mundillo de la crítica de libros y la promoción editorial. Todos entusiasmados con las historias de elefantes y romances imposibles que nos cuenta. Todos más o menos seguros de que el autor, que es una institución de la cultura popular, una reliquia viviente de cuando en España un escritor vendía millones y millones de libros, no quiere vendernos su obra, sino que compremos su idea y que la difundamos por eso tan extraño que son internet y las redes sociales, que él, apegado a una vida de recuerdos analógicos no logra comprender. 

Vázquez Figueroa busca apoyos para su invento, sencillo, barato y eficaz, nos cuenta. Él, que tan bien conoce los rudimentos de la alimentación básica, está convencido de poder solucionar algunas de las contradicciones que la ayuda internacional a los países hambrientos todavía no ha sabido atajar. En el desierto no hay agua, apenas combustibles, y sus habitantes tienen que aprender a cocinar sin ellos: no vale pues darles arroz a paletadas. En fin, que nuestro autor quiere soluciones tangibles y no historias de papel, aunque estas últimas le hayan dado justa fama y hayan sido sus más fieles compañeras. 

Pd1: Pronto, aún así, os traeremos una reseña de su libro... arriesgándonos a que él nos riña.

Pd2: Y para que nos riña menos aquí os dejamos el pequeño dossier que explica su proyecto

Pd3: El texto es mío, y las fotos, muy buenas como veréis, de nuestro amigo Sergio.

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