Desde Rusia con amor. Y con
nostalgia. Y humor. Y literatura. Y con algo de desazón. Pero sobre todo con
inteligencia y una capacidad de observación sublime. A Moscú sin kaláshnikov (Libros del K.O., 2014) es una grandísima crónica
sentimental, la obra de un perfecto obsesionado con el país de los zares, los
soviets, Tólstoi o Gagarin. Daniel Utrilla fue hasta hacer un par de años el
corresponsal en Moscú de El Mundo. Lo dejó para escribir este libro, para tomar
distancia de su pasión, que alterna con otra, también irrenunciable: El Real Madrid
club de Fútbol.
A Moscú sin kaláshnikov es un punto de apoyo para viajar a
Rusia (con ninguna guía de viajes te divertirás tanto), para conocer la
historia reciente del país (el complemento perfecto a Limónov) y para asomarse
a las calles y las gentes de un país que vive demediado: la Rusia de Putin
abriéndose como una ostra para quien quiera saborearla. Pero además, este libro
es una necrológica de 500 páginas sobre el viejo periodismo, tan cercano y a la
vez tan inalcanzable ya.
Utrilla es consciente, pese a su
juventud –ganó la corresponsalía con apenas 24 años–, que llegó a tiempo para asistir
al último hálito del periodismo reposado, ese que "garantizaba la calidad del
producto, la depuración del estilo, la consulta de expertos, el poso maduro de
la observación". Algo desterrado hoy de las redacciones, en las que triunfa la
prosa anémica de los teletipos, la prisa mal entendida y la falta de criterio y
estilo personal.
Utrilla disfruta de una fijación con
Rusia desde su más tierna (y troika) infancia, pese a la mala prensa del país
en Occidente. La rusofilia en su biografía responde a un nombre, Chechu
Biriukov, aquel triplista del Madrid que asombraba a los niños de los ochenta. Siguió con sus estudios de ruso,
y no paró hasta mandar la primera
crónica como corresponsal, para el diario La
Razón, cuando el siglo cambiaba en el mundo y los moscovitas saludaban a
Putin, exagente del KGB, como nuevo presidente tras la década regada en vodka y capitalismo
de Yeltsin.
Los personajes que pueblan A Moscú sin kaláshnikov, incluido el
propio Utrilla –genio y figura, por lo que me contaron en la Feria del Libro y los correos intercambiados– componen
una galería de frikis sin igual al otro lado de los Urales. Personajes en las
costuras del sistema turbocapitalista eslavo, excombatientes del Ejército Rojo ("no
cuentan batallitas, cuentan la guerra"), artistas de vanguardia, ancianas y
gigantes… El ojo y la pluma de Utrilla todo lo registran, con una calidez, una
humanidad y una sensibilidad maravillosa. Curiosamente Utrilla, que tanto sabe
de Rusia, de Gogol, de Butragueño y de periodismo, apenas tiene seguidores en esa red social llamada
Twitter, donde periodistas ágrafos pontifican sobre la nada perfumada. Aunque lo de ellos no quedará.
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