Las primeras novelas, esas conocidas como novelas de formación o, con algo más de pedantería, bildungsroman, suelen giran alrededor de las
dificultades de la escritura, los contratiempos del amor y los diferentes
estadios de la amistad. En este sentido estandarizado, Qué fue de Sophie Wilder
(Libros del Asteroide, 2014) no es ninguna rara excepción. Su autor es Christopher Beha, que es más joven que yo y posiblemente que tú, lector que lees esta
reseña guiado por la casualidad o la curiosidad.
Qué fue de Sophie Wilder es una
novela intimista y al mismo tiempo una primorosa exhibición del flaneur
contemporáneo (los paseos por Nueva York evocan las andanzas introvertidas del caminante
Teju Cole), pero sobre todo es una novela sobre el rigor moral, la culpa y los
titubeos de la postrera juventud, cuando más allá de la universidad, lo que era
casi un juego apático –escribir– se transforma en una responsabilidad
inseparable de la madurez.
"Fuera del mundo de los blogs
malintencionados nadie tenía ni idea de quiénes éramos", dice Charlie Blakeman, "la gente simplemente estaba cansada de los jóvenes blancos neoyorkinos
acomodados. Yo no podía culparlos; yo también estaba harto de nosotros".
Charlie es uno de los protagonistas y narradores de la novela. Un joven
efectivamente acomodado, que vive de prestado en un apartamento de Washington Square, junto a su primo
y decenas de esas amistades de una noche.
Charlie, que no ha cumplido
treinta años, ya ha publicado su primera novela. Un comienzo menos prometedor
del que él esperaba. Y mientras llega la inspiración para la próxima,
languidece con el recuerdo de sus últimos años universitarios, y el recuerdo –sobre
todo– de Sophie. Es ella, Sophie Wilder, la otra protagonista del libro. Su
amor durante años, su compañera de aprendizaje intelectual, su Pigmalión.
Desapareció un buen día, se casó con la némesis de Charlie y tras un turbulento
proceso se convirtió al cristianismo.
Otro buen día, en una de aquellas fiestas locas en las que se rompen peceras y todos duermen con todos, Sophie reaparece. No es casualidad. Desde ese instante la novela, que en sí misma es un reflexionar sobre el objeto (y el sujeto) de las tribulaciones del novelista ("la conciencia narrativa del hecho"), se transforma en un viaje de ida y vuelta al pasado, a la fe del converso, recién estrenada, a los cuidados, a los desajustes vitales, a las lecturas evocadoras y a la muerte. No sé lo que habrán dicho por ahí las críticas profesionales, pero a mí todo me ha parecido encantador.
Otro buen día, en una de aquellas fiestas locas en las que se rompen peceras y todos duermen con todos, Sophie reaparece. No es casualidad. Desde ese instante la novela, que en sí misma es un reflexionar sobre el objeto (y el sujeto) de las tribulaciones del novelista ("la conciencia narrativa del hecho"), se transforma en un viaje de ida y vuelta al pasado, a la fe del converso, recién estrenada, a los cuidados, a los desajustes vitales, a las lecturas evocadoras y a la muerte. No sé lo que habrán dicho por ahí las críticas profesionales, pero a mí todo me ha parecido encantador.
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