Un escritor muy prestigioso contó una
vez que su hijo, cuando le preguntaron en el colegio a qué se dedicaba su papá,
respondió que era el dueño de la Feria del Libro. Es una historieta divertida,
pero que trasluce hasta qué punto los escritores van –y ven– la feria de Madrid
como una especie de profesión. Entre los miembros de este blog hay varios autores
profesionales, así que recojan ellos el guante de relatarnos sus experiencias
en El Retiro, que seguro que se guardan más de una anécdota jugosa...
Yo escribo como lector, única y
exclusivamente. Como lector que todos los años, con maniática puntualidad,
visita la feria una, dos y hasta tres veces. Lector que siempre compra y que
siempre regala y que, cuando no le vence la timidez, se presta a charlar con
los libreros: de cómo van las cosas, de periodismo, de política, de historia y, claro,
también de libros. Para eso estamos todos allí, como peregrinos que esperan una
iluminación repentina tras su viaje.
Soy un maniático, lo reconozco. A
la feria entro siempre por la puerta de carruajes de El Retiro: de la primera a la
última caseta, y vuelta a empezar. Me salto las casetas de siempre, las de
códices miniados (¿conocéis a alguien que haya comprado alguna vez alguno?),
las de los organismos oficiales (las casetas más funcionariales de todas) y las
de las grandes tiendas y editoriales (calculo que Planeta, en un lustro o así,
se hará con toda la feria). Pero me paro en las de siempre, en las pequeñas
editoriales de nombres geniales y de ediciones aún mejores; editoriales tipo Minúscula, Katz, La Uña Rota, etc.
Estas son las casetas que cuentan con esos libreros a los que se
les ilumina la cara cuando les dices que has leído tal o cual libro, o incluso, el colmo ya,
que lo conoces, aunque no lo hayas abierto en tu vida. Libreros agradecidos, que te
recomiendan sin venderte, con los que hablar de Karl Kraus –una vez me pasó que con quien
hablaba tanto tiempo sin yo saberlo era Carlos Pardo, el poeta– o recordar
con nostalgia ediciones antiguas que ya no volverán a poblar el paseo por falta de dinero o de
lectores o de iniciativa.
Este año he comprado más que
otros. Las cuatro estaciones de Atenas, Grupo Salvaje y A Moscú sin Kaláshnikov,
los tres editados por Libros del K.O., grandioso sello. Además de esto, un libro del que
nada puedo decir porque se trata de un regalo que todavía no he entregado (y muy posiblemente el receptor acabe
leyendo esto) y las memorias de Adam Michnik. Caza mayor.
Con todo, quizá caiga alguno más, a la
poesía la tengo muy abandonada últimamente, como al teatro, pero la cosa dependerá de si vuelvo
antes del domingo... o doy por empezado el verano cambiando la celulosa por el cloro. Por cierto, el que seguro que sí vuelve es nuestro David Yagüe, que firmará el sábado por la mañana en la caseta de la editorial
Roca su última novela, Los últimos días del imperio celeste. ¡No hagáis como yo e id!
¿Cuál es vuestra impresión de la
feria? ¿Vais todos los años? ¿Compráis mucho? ¿Qué preferís? Déjanos tu opinión
en los comentarios.
Yo voy todos los años y siempre compro (poco o mucho, este año dos libritos). Siempre prefiero ir a las casetas de editoriales que a las de librería, pero me la paseo de arriba a abajo un par de veces, como mínimo. Para mí es una tradición familiar, porque mis padres ya lo hacían con nosotros cuando éramos pequeños. Ah y yo también me salto lo de los códices, jajaja. Buen post¡
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