Un Carrère del siglo pasado. Un
Carrère que aún no coqueteaba con el periodismo de sucesos, la biografía atípica y la intimidad psicosexual. Un Carrère que no era una celebridad literaria
mundial, pero que ya apuntaba maneras. Historias terribles narradas con un
lenguaje limpio, aséptico, casi jurídico y que, cuando menos se espera, reluce
con milagrosa belleza poética.
Así es Una semana en la nieve
(Anagrama, 2014), una novela breve reeditada ahora en español y que gustará
tanto a los carrèrefilos como a los que aún no le han leído: a los primeros
porque viajarán con emoción hasta el origen de su prosa y sus obsesiones en un género
que no es el habitual; a los segundos porque ya no podrán dejar de leerle
nunca.
La trama es muy sencilla, y
por las dosis de terror puramente humano que presenta, tiene vínculos con otra obra muy posterior de
Carrère, El Adversario, aquella diabólica visión de un mentiroso fenomenal. Una semana en la nieve
es una pesadilla infantil donde los monstruos no son irreales y donde no hay hueco par la magia que suaviza las aristas de la realidad.
El protagonista es un niño de 8
años lleno de temores sociales con los que cualquier lector –y ahí una de las claves de
la novela– puede identificarse. La naturalidad de Carrère para meterse en la cabeza
de un pequeño acomplejado y algo fantasioso es primorosa; así también su genio para recrear atmósferas mínimas, elípticas y desasosegantes. El paisaje nevado de una localidad francesa durante las vacaciones de la Semana Blanca.
Esta novela de Carrère es demasiado corta (aunque para compensarlo se puede leer otra de sus obritas reeditadas estos días, El bigote, de la que ya os hablaré otro día, no es cuestión de saturar), pero consigue lo que otros muchos solo sueñan: hacer literatura de lo sórdido, de lo infrasexual, de la infancia. Temas que tanto se suelen prestar a lo sentimentaloide y lo maldito.

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