Las cosas pesan. Se pierden. Cuesta encontrarlas de nuevo. Se rompen. A veces no se arreglan. Las cosas son efímeras; nosotros lo somos todavía más. Y ahí está la gracia. En un duelo a ver quién acaba yéndose antes de la vida, las cosas siempre nos ganan. Nos trascenderán, es su encanto: acompañan nuestra existencia, y en un giro imprevisto del destino, seguirán acompañando la de alguien a quien jamás hemos visto.

En La vida de las cosas (Libros del K.O., 2015) los objetos van siempre asociados a una persona. La cosa es la excusa de la que se vale su autor, Alex Ayala Cuesta, para hacer un inventario de biografías encantadoramente anónimas. De manera inevitable, según avanzamos en el libro, nuestra mente se despista. De los objetos del papel a nuestros propios objetos.
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Torpedo contra lo correcto. Alegato impío contra esa misma clase burguesa que se lo había proporcionado todo, contra su familia, su entorno escolar y sus proyectos vitales. Un manifiesto crepuscular de un ser que, aunque joven, está próximo a la muerte. Cianuro mezclado con celulosa. Un libro del que no sabes si odiar al autor o apiadarte de él. Un pétreo puñetazo en lo profundo de las convicciones de uno.

En todas las novelas de Niccolò Ammaniti hay un punto de fuga sórdido. Un desplazamiento inusual de lo cotidiano hacia regiones somnolientas, tristes, desoladas. No tengo miedo (Anagrama, 2013) no es una excepción.

El final de la infancia y el comienzo de la adolescencia, de la vida adulta, puede puntuarse de muchas formas. Normalmente, en las vidas normales, ese salto es apenas percibido por los sujetos.

La investigación académica de calidad en humanidades necesita un impulso al margen del sistema universitario, tan lleno de peajes que a veces se convierte en una barrera insalvable para los investigadores. Lo sabe bien nuestro compañero Sergio Remedios, en breve doctor en Historia Antigua y director, desde su fundación en 2008, de la revista Herakleion.

Es precisamente para su criatura que necesita ayuda.
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Como si Granada fuera Dublín y Federico García Lorca fuese James Joyce. Con un poco de la curiosidad mítica de aquellos viajeros de los siglos pasados que venían con sed de folclore y ruinas. Así ha encarado el hispanista Ian Gibson (Irlanda, 1939), inseparable de la figura del poeta de la Generación del 27, su nuevo libro sobre el escritor: Poeta en Granada (Ediciones B, 2015).

Hay que agradecer muchas cosas a un sello como Libros del Asteroide. Entre ellas, sin duda, estaría el rescate de las novelas de George V. Higgins, autor bostoniano de novela negra que ha dejado impronta e influencia en el género en Estados Unidos, más allá de su propio éxito.

El narcotráfico infectó Galicia de manera natural, sin que mediara maldición bíblica alguna. La suma de causas objetivas -una geografía propicia, una coyuntura histórica favorable y unos antecedentes tentadores- hicieron de las Rías Baixas la principal ruta para el desembarco de la droga en Europa durante varias décadas. Pero el negocio de la droga no se conjuga solo en pasado.

En este blog hemos hablado mucho de divulgación (sobre todo histórica, pero también de otros temas), porque nos gusta y, seamos sinceros, en un 'tablao' con tres historiadores y dos escritores que han tocado la novela histórica parece lógico.

Eso ha hecho que me haya atrevido a lanzarme a la piscina que supone esta entrada. ¿Qué buscamos en las obras de divulgación histórica? Me atrevería a decir que un equilibrio entre la narración y el contenido documental.

Hay dos maneras muy distintas de juzgar este libro, si es que de juzgar va el asunto. Una, finalista, lo despedazaría por equivocado, por haberse quedado obsoleto apenas salido de la imprenta. Otra manera, más ponderada, no se fijaría tanto en el resultado final como en el trayecto que condujo a ese resultado.
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